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Apreciando la mala literatura

Hay quienes presumen de sus gustos literarios en redes sociales, en conversaciones casuales o en monólogos interminables. En público, o con un grupo íntimo de personas. Nunca faltan los lectores selectivos, los que solo pueden apreciar una obra cuando está en su punto más fino, cuando el autor ha logrado la excelencia a puño y letra.



Pero, ¿Es poco recomendable leer “mala literatura”? Es posible que los lectores más refinados coincidan en que no todos los libros son consumibles, pero quiero diferir en esta opinión. Lo que quiero decir es que las obras no siempre pueden apreciarse por los mismos conceptos y lineamientos, ya que hay una historia detrás de cada uno, una verdad que está intentando ser contada.


La verdad detrás de los “malos libros”


Es imposible no plasmar algo de nosotros en lo que escribimos. Y es que, se trata de una obra que llevará elementos de nuestra vida en cada uno de sus detalles. Cualquiera que redacte una línea, un párrafo o un capítulo sin dejar rastros de lo que es en el papel, no está siendo sincero consigo mismo.

Y esto es algo que podemos hallar mucho en la mala literatura, o bien, en la que puede considerarse como tal. Estoy convencida de que cada pieza literaria ofrece un valor o una ganancia para quien la lee, incluso si está mal redactada.


Hay que intentar ver más allá de lo que está escrito en las páginas de ese libro, puesto que allí se esconde una verdad mucho más grande: La del autor. Si bien, para los más selectivos lectores, esto puede ser algo efímero. Pero, para quien usa la pasión y el corazón para leer puede convertirse en un tesoro incalculable.

Poder interpretar lo que quiso decir nuestro escritor, nos permite imaginar un sinfín de alternativas y resultado de lo que pudo ser este producto de la mala literatura. En pocas palabras, se puede decir que dichas piezas fomentan una lectura más activa, que permiten despertar la imaginación del lector.


La mala literatura: Nuestra pequeña dosis de amor tóxico

A veces, para llegar a la persona correcta, hace falta vivir malas experiencias transitorias, pero necesarias. Pienso que esta es una analogía que puede aplicarse con la mala literatura. Estas piezas literarias son necesarias, debemos leerlas y empaparnos de sus errores para capacitarnos en el arte de discernir qué está bien y qué está mal.

Mejor que saber qué leer, es saber qué no leer, y así elegir las obras que nos durarán para toda la vida. Las que colgaremos en estantes y miraremos con admiración durante largo tiempo. Aquellas que atesoraremos con el alma, para probar su olor a vejez y palpar su suave cobertura.

Aun así, nunca dejaremos de probar aquellos malos sorbos de una noche, que nos dejarán un gusto amargo en la garganta, pero que pueden disfrutarse de igual manera.

Sin ir demasiado lejos, la mala literatura no es algo que debamos desechar a la ligera, por más curtidos que estemos en la lectura. No importa nuestro recorrido o experiencia, se puede llegar a aprender mucho más de un mal libro, que de una obra maestra.


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